El concepto de estadista es esencialmente político y se refiere a un líder o gobernante que tiene la habilidad y la visión necesaria para dirigir una nación de manera efectiva y justa. Según la perspectiva sociológica, este término se relaciona con el estudio de las elites políticas y su papel en la sociedad. Max Weber, uno de los teóricos más importantes en este campo, definió el concepto de «carisma político» como una cualidad que poseen ciertos líderes que les permite ganar la lealtad y la admiración de sus seguidores.[1]
En el contexto cultural, el concepto de estadista se relaciona con la construcción de la imagen pública de los líderes políticos y su capacidad para comunicar su visión y sus ideas a la población. La teoría de la comunicación política de Marshall McLuhan sostiene que el medio a través del cual se comunica un mensaje es tan importante como el mensaje en sí mismo, y que la imagen pública de un líder político puede ser un factor determinante en su éxito o fracaso.[2]
Para comprender mejor el papel del estadista en la política contemporánea, podemos analizar la figura de Nelson Mandela, quien fue presidente de Sudáfrica desde 1994 hasta 1999. Mandela es considerado un estadista por su habilidad para liderar su país hacia la reconciliación y la paz tras el fin del apartheid. Su legado como líder ha sido ampliamente estudiado por autores como John Carlin, cuyo libro «Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Made a Nation» explora la estrategia política que Mandela utilizó para unir a Sudáfrica a través del deporte.[3]
En este sentido, resulta interesante analizar el papel de los estadistas en la construcción y consolidación de los Estados y la sociedad en general. En la obra «El Príncipe» de Maquiavelo, se expone la importancia de que los gobernantes sean astutos y eficaces en la toma de decisiones para mantener el poder y la estabilidad del Estado. Asimismo, autores como Max Weber, en «El Político y el Científico», resaltan la importancia de que los líderes políticos tengan una vocación de servicio y ética en su actuar, algo muy raro en la actualidad.
En el ámbito sociológico, investigadores como Talcott Parsons en «La estructura de la acción social» hace referencia a que el estadista debe ser capaz de equilibrar la autoridad y el poder que se le ha otorgado con las necesidades y expectativas de la sociedad. Además, debe ser capaz de promover el desarrollo social y económico, así como garantizar la estabilidad política.[4]
Por otro lado, en el ámbito cultural, autores como Edward Said en «Orientalismo» resaltan la importancia de que los estadistas tengan un conocimiento profundo de las diferentes culturas y realidades que conforman su sociedad, evitando estereotipos y prejuicios que puedan afectar la toma de decisiones.[5]
Tras profundizar en la definición de estadista y reflexionar sobre la realidad actual, resulta dolorosamente evidente la razón por la cual se produce una alarmante falta de continuidad en los proyectos estatales cruciales para el progreso y bienestar de la población.
Desde una perspectiva política, la falta de continuidad en los proyectos estatales es un tema recurrente en las discusiones sobre la gobernanza. Según Pérez y Abente (2018), la interrupción de proyectos y programas gubernamentales es resultado de un problema estructural de la política: la priorización de intereses individuales sobre el interés colectivo. De esta manera, cada nueva administración se enfoca en proyectos que responden a su ideología o intereses particulares, en lugar de dar continuidad a los proyectos que ya han sido iniciados.[6]
Asimismo, desde una perspectiva sociológica, la discontinuidad de los proyectos estatales puede ser explicada por la falta de compromiso de la ciudadanía con los mismos. Según Garretón (2007), la ciudadanía se ha desvinculado progresivamente de la política, lo que se traduce en una menor capacidad de presión y demanda hacia las autoridades para que los proyectos sean continuados. Esto hace que los políticos no sientan una obligación de continuar los proyectos iniciados por sus predecesores, ya que no ven una presión ciudadana que les exija hacerlo.[7]
Por otro lado, desde una perspectiva cultural, la discontinuidad de los proyectos estatales puede ser atribuida a una visión de corto plazo en la política. Según Ulloa (2015), los políticos buscan obtener resultados inmediatos y visibles para poder ser reelegidos en las próximas elecciones, en lugar de enfocarse en proyectos de largo plazo que tengan un impacto sostenible en el tiempo. Esto hace que se dé prioridad a proyectos que den resultados rápidos, aunque no necesariamente sean los más importantes o necesarios para el desarrollo del país.[8]
¡Ya basta de que los políticos solo piensen en su propio beneficio! Necesitamos un cambio radical en nuestra cultura política, donde el bienestar de la comunidad sea lo más importante y se exija una mayor continuidad en los proyectos vitales para nuestra sociedad. ¡Los ciudadanos debemos comprometernos y exigir un compromiso real y activo por parte de nuestros líderes!
A continuación les propongo 10 medidas para lograr un compromiso real y activo por parte de nuestros líderes:
- Establecer mecanismos claros de rendición de cuentas que permitan a la ciudadanía evaluar el desempeño de los líderes en el cumplimiento de sus promesas.
- Incentivar la transparencia y la participación ciudadana en el proceso de toma de decisiones, mediante la incorporación de herramientas como las audiencias públicas o la consulta popular.
- Promover la educación cívica y la formación ciudadana, para que los ciudadanos conozcan sus derechos y deberes y puedan ejercerlos de manera efectiva.
- Desarrollar programas de capacitación para los líderes, que incluyan temas como liderazgo, ética pública, gestión y administración pública, entre otros.
- Fomentar la cultura de la colaboración y el trabajo en equipo, tanto entre los líderes como con la ciudadanía, para lograr objetivos comunes.
- Establecer un marco legal claro y actualizado que regule la conducta de los líderes y sancione a aquellos que incumplan sus responsabilidades.
- Implantar sistemas de evaluación y seguimiento del desempeño de los líderes, para detectar oportunidades de mejora y garantizar la eficacia de sus acciones.
- Promover la equidad y la inclusión social, eliminando cualquier forma de discriminación y favoreciendo la participación activa de todas las personas en la vida política y social del país.
- Fortalecer los valores democráticos y la cultura de la legalidad, para que los líderes y ciudadanos respeten las normas y las instituciones.
- Fomentar la cultura de la responsabilidad y el compromiso social, para que los líderes y ciudadanos asuman un papel activo en la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
[1] Weber, M. (1992) <<El político y el científico>>. Alianza Editorial.
[2] Marshall McLuhan (1964) <<Understanding Media: The Extensions of Man>>. McGraw-Hill.
[3] Carlin, J. (2010) <<El Factor Humano: Nelson Mandela y el partido que salvó a una nación>>. Roca Editorial.
[4] Parsons, T. (1955) <<La estructura de la acción social>>. Guadarrama.
[5] Said, E. W. (2001) <<Orientalismo>>. Debate.
[6] Pérez, R. G., & Abente, D. J. (2018) <<Continuidad de políticas públicas en América Latina: un análisis de la experiencia reciente>>. Revista Política y Gobierno, 25(2), 297-328.
[7] Garretón, M. A. (2007) <<Los procesos políticos en América Latina: entre la esperanza y la incertidumbre>>. Fondo de Cultura Económica.
[8] Ulloa, C. (2015) <<La política de corto plazo>>. Editorial Planeta.