La supervivencia de la televisión: eliminando la programación basura

La televisión es uno de los medios de comunicación más influyentes en la sociedad actual. No obstante, en los últimos 15 años, la programación televisiva tanto en España como en el resto del mundo a menudo se caracteriza por la emisión de programas de baja calidad, con contenidos irrelevantes, sensacionalistas y deshumanizantes, que con frecuencia tienen consecuencias negativas para la sociedad en su conjunto. En esta dirección, muchos expertos en medios comunicación han argumentado que la eliminación de la programación basura es vital para la supervivencia de la televisión del futuro, sobre todo con la enorme batalla que libran en contra de las redes sociales.

Desde el punto de vista político, la supresión de contenidos inapropiados o de baja calidad en la programación televisiva es importante porque puede contribuir a la formación de ciudadanos críticos y comprometidos con la sociedad. Según Herman y Chomsky (2002), los medios de comunicación son un instrumento fundamental de control social, y su uso indebido puede tener consecuencias desastrosas para la democracia.[1] Por lo tanto, la eliminación de la programación basura puede fomentar el desarrollo de una sociedad más crítica, informada y participativa.

Desde una consideración psicológica, la programación basura puede tener un impacto negativo en la salud mental de los espectadores. Según la teoría del aprendizaje social de Bandura (1977), los modelos que se presentan en los medios de comunicación pueden influir en el comportamiento y las actitudes de las personas.[2] Por lo tanto, la exposición constante a la programación basura puede influir en la formación de patrones de comportamiento poco saludables, como la violencia, la promiscuidad y el consumismo excesivo.

Desde un enfoque sociológico, la programación basura puede contribuir a la perpetuación de estereotipos y prejuicios en la sociedad. Según las teorías de los medios de comunicación y la cultura de Hall (1992), los medios de comunicación tienen un papel importante en la construcción de la identidad cultural y la formación de estereotipos y prejuicios.[3] En consecuencia, la eliminación de la programación de esta socialmente irrelevante y embrutecedora puede ayudar a fomentar la diversidad y la tolerancia cultural en la sociedad.

Por último, desde una aproximación cultural, la programación basura puede tener un impacto negativo en la calidad y la diversidad de la cultura popular. Según la teoría crítica de la cultura de Horkheimer y Adorno (1972), la cultura de masas puede ser un instrumento de control social y una fuente de alienación para los individuos.[4] Por lo tanto, la eliminación de contenidos basura puede fomentar la creación y la difusión de una cultura popular más auténtica, diversa y significativa.

En síntesis, la supervivencia de la televisión dependerá de la capacidad de sus directivos para establecer un equilibrio entre el negocio y su impacto en la sociedad. Creo que los intereses empresariales pueden conciliarse con una programación más creativa y edificadora que contribuya a la formación de ciudadanos críticos, promover la salud mental de los espectadores, fomentar la diversidad cultural y mejorar la calidad de la cultura popular. Es importante que tanto los productores de televisión como los reguladores y el público en general asuman la responsabilidad de promover una televisión más ética, educativa y significativa para todos.

[1] Herman, E. S., & Chomsky, N. (2002) <<Manufacturing consent: The political economy of the mass media>>. Pantheon Books.

[2] Bandura, A. (1977) <<Social learning theory>>. Prentice Hall.

[3] Hall, Stuart (1992) <<La cuestión de la identidad cultural>>, en Hall, Stuart; Held, David; McGrew, Anthony (eds.), Modernity and its futures, Cambridge: Polity Press en asociación con Open University, págs. 274–316, ISBN 9780745609669

[4] Horkheimer, Max and Adorno, Theodor W. 1972. <<The Culture Industry: Enlightenment as Mass Deception>>, in their Dialectic of Enlightenment, tr. John Cumming. New York: The Seabury Press, 120-167.

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