Por qué el testimonio de Sarah Wynn Williams debería sacudir la estructuras de Occidente
Vivimos en una época en la que las estructuras simbólicas, los marcos éticos tradicionales y los fundamentos normativos que permitían distinguir entre el bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo inmoral, han sido desplazados por una nueva jerarquía: el imperio de los algoritmos, la moral del clic y la fe ciega en la ingeniería del deseo. El caso de Meta —antigua Facebook—, tal como ha sido expuesto con meticulosa claridad por la denunciante Sarah Wynn Williams ante el Senado de los Estados Unidos, constituye la manifestación más clara y peligrosa de esta inestabilidad estructural de la sociedad.
Lo que tenemos entre manos no es una simple desviación ética de una corporación en busca de ganancias. Lo que tenemos es una traición. Una traición estructural al pacto democrático, a la confianza ciudadana, al sentido común moral que sostiene el delicado equilibrio entre libertad y responsabilidad. Y esa traición ha sido racionalizada, sistematizada y convertida en modelo de negocio.
Meta, como actor económico, ha demostrado una extraordinaria capacidad para construir arquitecturas de manipulación emocional, operar por fuera del marco legal convencional, y negociar con regímenes autoritarios sin rendir cuentas a la ciudadanía ni a los valores sobre los que se edifica Occidente. Este es el punto central: cuando una empresa occidental, nacida bajo la promesa de “conectar al mundo”, decide desarrollar herramientas de censura para un régimen que encarna el control totalitario, y lo hace sin escrúpulo alguno, lo que está en juego no es el balance trimestral. Lo que está en juego es la integridad moral de nuestras instituciones.
El testimonio de Williams revela un patrón escalofriante. Meta ofreció tecnología personalizada al Partido Comunista Chino. Facilitó acceso a datos privados de ciudadanos, incluidos posiblemente estadounidenses. Colaboró indirectamente en el fortalecimiento de la infraestructura militar de una potencia rival. Y lo hizo mientras, con cinismo estudiado, defendía en público los valores de la libertad de expresión, la neutralidad tecnológica y el empoderamiento del individuo.
Esta duplicidad no es accidental: es estructural. Meta no es una anomalía dentro del ecosistema tecnológico. Es el producto lógico de un sistema que ha externalizado toda forma de límite ético en nombre de la eficiencia, la escala y la disrupción. Y esa externalización ha vaciado de contenido moral nuestras herramientas culturales, nuestras instituciones políticas y, lo más grave, nuestra concepción de la verdad.
Aquí es donde el asunto se vuelve profundamente filosófico. Porque lo que Williams describe no es solo una sucesión de conductas ilegales. Es la institucionalización de la mentira. Meta ha mentido sistemáticamente a sus usuarios, a sus empleados, a los reguladores y al Congreso. Ha ocultado datos, manipulado procesos legislativos y saboteado toda forma de fiscalización con tácticas que serían escandalosas en cualquier otro sector económico. En Meta, la mentira no es una falla. Es una tecnología. Una herramienta deliberada para proteger un sistema basado en la asimetría absoluta del conocimiento: ellos saben todo sobre nosotros; nosotros, casi nada sobre ellos.
Pero el corazón de esta tragedia no es la geopolítica. Es la psicología. Porque Meta no solo ha traicionado a la democracia. Ha explotado sistemáticamente la fragilidad emocional de sus usuarios más jóvenes. Ha convertido la angustia adolescente —ese momento crítico de construcción del yo, de búsqueda de pertenencia y sentido— en una oportunidad de monetización. Ha permitido a sus anunciantes segmentar a usuarios por su vulnerabilidad, por sus inseguridades, por sus deseos inconscientes. Ha transformado la tristeza, la desesperanza y la soledad en activos transaccionables.
Esto es inadmisible. Y no solo desde un punto de vista legal o político. Es inadmisible desde el punto de vista humano. Porque al hacerlo, Meta ha cruzado una línea que marca el límite entre la civilización y la barbarie: la línea que nos impide usar el dolor ajeno como instrumento para nuestro beneficio. Esa línea, cuando se rompe, abre la puerta al nihilismo. Y el nihilismo, como lo demostró el siglo XX, siempre termina en destrucción.
Por eso este caso debe ser entendido como un síntoma. Un síntoma de la decadencia de un sistema que ha perdido contacto con sus fundamentos éticos. Un sistema donde el éxito se mide exclusivamente en términos de capitalización bursátil, donde la infancia es tratada como un mercado, donde la verdad es un obstáculo y no una brújula, y donde el poder ha sido privatizado sin control alguno.
La pregunta entonces es ineludible: ¿puede una democracia liberal sobrevivir cuando su arquitectura informacional está controlada por actores privados que no solo carecen de valores compartidos, sino que activamente trabajan contra ellos? ¿Qué clase de futuro estamos construyendo cuando permitimos que empresas sin rostro reemplacen a las instituciones públicas, rediseñen nuestras emociones y negocien alianzas con potencias que desprecian la libertad?
La respuesta no puede ser solo técnica. No bastan nuevas leyes o agencias reguladoras. Lo que necesitamos es una recuperación moral. Un acto de reafirmación de nuestros valores fundacionales: la verdad, la dignidad, la libertad responsable, la primacía del ser humano sobre cualquier sistema técnico. Necesitamos una generación de líderes —en política, en la academia, en la ciudadanía— dispuestos a decir lo obvio: que hay límites que no se deben cruzar, verdades que no se deben traicionar, y personas que no se deben usar como recursos.
Meta ha fallado. No solo como empresa. Ha fallado como institución cultural.Es nuestra responsabilidad decidir si aceptamos esta grieta como una realidad inevitable, o si será el punto de partida de una reconstrucción profunda.
Porque si no lo hacemos, no solo perderemos el control de nuestras plataformas. Perderemos el sentido de lo que significa vivir en una sociedad libre.
* Este análisis se fundamenta en las declaraciones efectuadas por Sarah Wynn-Williams durante la audiencia del Comité Judicial del Senado de los Estados Unidos. Nuestros suscriptores tendrán acceso a un análisis exhaustivo sobre este tema en el volumen enero-abril 2025 de Need To Know, disponible desde el 20 de abril en www.policyexamination.
* Careless People: A Cautionary Tale of Power, Greed, and Lost Idealism (Tapa dura, disponible a partir del 11 de marzo de 2025), de Sarah Wynn-Williams.https://www.amazon.com/Careless-People-Cautionary-Power-Idealism/dp/1250391237
