Desde el estallido del conflicto en Ucrania, Estados Unidos ha desempeñado un papel central en la provisión de apoyo militar, inteligencia y asistencia económica. No obstante, la estrategia delineada por Donald Trump ha sido erróneamente presentada en Europa como una muestra de capricho o falta de compromiso con la estabilidad occidental. Esta visión ignora una realidad fundamental: la postura de Trump responde a una lógica de equilibrio estratégico que busca evitar una escalada interminable, cuyos únicos beneficiarios son los intereses industriales militares y aquellos que, lejos del frente, abogan por una guerra sin propósito claro.
Los líderes europeos en su negación de la realidad han insistido en la narrativa de una victoria ucraniana, pero la historia y la geopolítica sugieren un desenlace muy distinto. Desde 2014, Rusia ha consolidado su control sobre Crimea y el Dombás, considerando estos territorios esenciales para su esfera de influencia. A pesar del encomiable esfuerzo ucraniano, la posibilidad de revertir militarmente esta realidad es remota. El costo humano es devastador: alrededor de 1.5 millones de muertos, heridos y desaparecidos en ambos bandos. Mientras Europa se muestra reacia a asumir las consecuencias de un conflicto prolongado, sigue exigiendo que Estados Unidos financie la resistencia sin ofrecer una solución estratégica viable.
Los hechos reflejan esta falta de compromiso europeo. Alemania, con su inicial envío de 5.000 cascos en lugar de armamento, ilustró su reticencia a involucrarse directamente en el conflicto. España, por su parte, se demoró en enviar los tanques Leopard 2A4 prometidos, muchos de los cuales estaban oxidados y en condiciones inoperables. Francia ha retrasado la entrega de armamento esencial y ha limitado su cooperación efectiva. Italia, aunque ha proporcionado sistemas de defensa, ha impuesto restricciones para evitar que sus armas sean utilizadas en territorio ruso. Mientras tanto, los mismos países que proclaman su respaldo incondicional a Ucrania han seguido comprando gas natural licuado (GNL) a Rusia, demostrando una desconexión entre su retórica política y sus intereses económicos.
Esta hipocresía se extiende aún más allá. Las naciones europeas han utilizado a Ucrania como un amortiguador geopolítico, proclamando su defensa como un deber moral, mientras continúan priorizando sus propios intereses comerciales y energéticos. La dependencia del gas ruso, lejos de reducirse de manera drástica, ha sido sustituida por esquemas indirectos de importación a través de terceros países. En otras palabras, Europa sigue financiando la maquinaria de guerra rusa mientras envía ayuda militar a Ucrania, un juego doble que expone la fragilidad de su supuesta unidad frente a la agresión rusa.
Lo que EEUU plantea es una estrategia de realismo, no de utopías. La política exterior de Trump se fundamenta en un principio ineludible: no hay sentido en prolongar un conflicto si no se tiene un plan claro de salida. Ucrania no será admitida en la OTAN y Europa no está dispuesta a comprometer su seguridad en una guerra que podría desembocar en un enfrentamiento directo con Rusia. Aun así, los líderes europeos persisten en la ficción de que más armamento cambiará el curso de una guerra cuyos límites ya han sido trazados por la realidad geopolítica.
Trump ha sido objeto de críticas por su disposición a negociar un fin del conflicto bajo términos que, si bien distan de ser ideales para Ucrania, constituyen la única alternativa viable. Mantener a Ucrania fuera de la OTAN, pero garantizándole seguridad y asistencia para su reconstrucción, no es una concesión humillante, sino una salida pragmática que evita una destrucción mayor. Ni Europa ni Estados Unidos han articulado seriamente un escenario en el que Ucrania pueda recuperar todos sus territorios por medios militares. No obstante, la falta de valentía política ha permitido que prevalezca la ilusión de que continuar la lucha es la única vía.
El pragmatismo de Trump también contempla una dimensión económica. Europa ha incumplido su compromiso de destinar el 2% de su PIB a defensa en el marco de la OTAN, trasladando la carga principal a Estados Unidos. Su propuesta de condicionar el apoyo financiero a Ucrania a cambio de concesiones económicas no es una muestra de colonialismo, sino una estrategia lógica de protección de intereses nacionales. Si Europa y Ucrania desean seguir recibiendo ayuda, deben estar dispuestas a ofrecer algo a cambio. No es razonable esperar que EE.UU. asuma indefinidamente el costo de un conflicto que sus propios aliados se muestran renuentes a financiar de manera proporcional.
Todas las acciones políticas y diplomáticas tienen consecuencias e ignorar la realidad. La ausencia de un plan claro para la paz solo perpetúa el sufrimiento de los soldados ucranianos y de la población civil. La guerra ha desangrado al país, forzando a millones al exilio y dejando tras de sí una estela de devastación. En medio de esta crisis, Zelenski ha tomado medidas autoritarias, suspendiendo elecciones y reprimiendo a la oposición, lo que ha debilitado la democracia interna y ha dado lugar a cuestionamientos legítimos sobre el futuro político de Ucrania. Persistir en la narrativa de una victoria total solo condena al país a una guerra interminable, sin perspectivas reales de éxito.
Si Europa mantiene su actual estrategia, el escenario que se avecina es sombrío. Un apoyo militar insuficiente solo prolongará la resistencia ucraniana sin una posibilidad realista de victoria. A largo plazo, Ucrania se verá obligada a aceptar términos de paz desfavorables, con una infraestructura devastada y una población desplazada. Mientras tanto, la relación entre Rusia y China se fortalecerá, generando un bloque más sólido contra Occidente, mientras que Estados Unidos reconsiderará su presencia y compromiso en el conflicto.
Alternativamente, si Europa asumiera un rol más decisivo, no solo en términos de armamento sino en la construcción de un frente diplomático serio, podría garantizar a Ucrania un acuerdo negociado que preserve su independencia sin sacrificar más vidas innecesarias. Pero para ello, sería necesario abandonar la retórica vacía y adoptar una postura acorde con las necesidades reales del conflicto.
El sacrificio ucraniano ha sido monumental, pero la historia demuestra que la valentía, por sí sola, no garantiza la victoria. Son muchos los pueblos que han luchado con justicia y honor solo para verse superados por realidades políticas y militares adversas. La supervivencia no depende exclusivamente de la razón o la moralidad, sino de la capacidad de adaptación a un mundo que, nos guste o no, opera bajo reglas implacables.
Europa debe abandonar la hipocresía y afrontar los hechos: continuar financiando la guerra sin una estrategia de paz viable es una forma de irresponsabilidad disfrazada de solidaridad. Si realmente se quiere honrar el sacrificio de los ucranianos, se debe impulsar una solución diplomática que minimice el costo humano y estabilice la región. La historia no recordará con honor a quienes extendieron la agonía del conflicto por orgullo político, sino a quienes tuvieron la lucidez de comprender que la paz, aunque imperfecta, es preferible a una guerra sin fin.
Referencias bibliográficas:
Galascio Sánchez, M. A. (2025, 20 de febrero) <<Ucrania, Rusia y la nueva realpolitik de Washington>>. Policy Examination. https://policyexamination.com/2025/02/20/ucrania-rusia-y-la-nueva-realpolitik-de-washington/
