La educación clásica ha sido durante siglos el cimiento del pensamiento crítico y la formación integral en Occidente. Consistía en el estudio de lenguas como el griego y el latín, junto con obras maestras de la filosofía, literatura y ciencia de la Antigüedad. Sin embargo, en las últimas décadas, esta tradición educativa ha enfrentado un profundo declive, reemplazada en gran medida por corrientes ideológicas contemporáneas que promueven bajo la arrogancia de la ignorancia de la “cultura del despertar” o wokeness. Este fenómeno, caracterizado por un enfoque en la justicia social, diversidad e inclusión, ha transformado radicalmente el panorama cultural y académico. Desde la censura de ideas contrarias hasta la deslegitimación de logros meritocráticos, el wokeness plantea desafíos significativos que afectan a estudiantes y educadores. Por otro lado, como ha comentado Bill Maher, muchos liberales también quieren abusar de la historia para controlar el presente, y hace unos años un académico llamado James Sweet fue duramente criticado por señalar eso. Criticó el fenómeno conocido como presentismo, que significa juzgar a todos en el pasado según los estándares del presente. Es la creencia de que las personas que vivieron hace cien, quinientos o mil años realmente deberían haber sabido mejor. Lo cual es tan estúpido como enfadarte contigo mismo por no saber lo que sabes ahora cuando tenías diez años.
En esta reflexión, nos aproximaremos desde perspectivas multidisciplinarias al impacto del declive de la educación clásica y el auge del wokeness. Exploraremos temas como la libertad de expresión, la meritocracia, la polarización social y cultural, y el impacto en la juventud y la educación superior. A través de ejemplos históricos y contemporáneos, incluyendo literatura y cine, se desvelarán las complejidades de este fenómeno, concluyendo con diez medidas para abordar estos retos.
La educación clásica, fundamentada en la obra de autores como Homero, Aristóteles, Cicerón y Virgilio, promovía habilidades analíticas, oratoria, y una comprensión profunda de las raíces culturales. Según Victor Davis Hanson, la desaparición de estas disciplinas representa una pérdida irreparable para la formación del pensamiento crítico. La educación clásica ha sido progresivamente sustituida por currículos orientados hacia la justicia social, lo que a menudo prioriza la ideología sobre el conocimiento académico.
El rechazo al estudio de lenguas clásicas en instituciones como Princeton, impulsado por figuras como Dan-el Padilla Peralta, evidencia una tendencia hacia la deconstrucción de estructuras etiquetadas como eurocéntricas. Sin embargo, aunque Padilla Peralta ostente una posición destacada en Princeton, esto no lo exime de caer en ideas simplistas o incluso destructivas; después de todo, los idiotas se encuentran en cualquier parte. Al despreciar las lenguas clásicas, se pone en riesgo el acceso a textos y tradiciones que sentaron las bases de la democracia y el pensamiento racional, ignorando las raíces económicas y culturales que sostienen las sociedades. Esta postura no solo debilita ideas que han promovido el progreso humano durante siglos, sino que, desde marco cultural, fractura la continuidad histórica y amplía la brecha entre generaciones, empobreciendo el legado intelectual compartido.
Autores como Allan Bloom, en The Closing of the American Mind (1987), han sostenido que abandonar el estudio del canon clásico resulta en un empobrecimiento no solo intelectual, sino también cultural y moral. Bloom argumenta que el canon clásico, al centrarse en obras universales de filosofía, literatura y ciencia, proporciona a los estudiantes una base sólida para reflexionar críticamente sobre la condición humana y los dilemas éticos universales. La sustitución de estos textos por materiales educativos más “contemporáneos” o ideológicamente orientados, según Bloom, reduce la capacidad de los estudiantes para comprender perspectivas históricas profundas y limita su exposición a grandes ideas que trascienden el tiempo. Por ejemplo, leer a Sócrates fomenta preguntas fundamentales sobre la justicia y el conocimiento, mientras que Shakespeare explora de manera compleja las pasiones humanas y las estructuras sociales.
En contraste con este declive, el cine contemporáneo ha destacado el poder transformador del aprendizaje clásico. Dead Poets Society (1989), dirigida por Peter Weir, se convierte en una metáfora cinematográfica del impacto que puede tener la exposición a obras clásicas en el pensamiento crítico y la creatividad de los jóvenes. El personaje del profesor John Keating, interpretado por Robin Williams, utiliza la poesía de autores como Walt Whitman y Alfred Lord Tennyson para desafiar a sus estudiantes a “aprovechar el día” (carpe diem) y cuestionar las expectativas rígidas de la sociedad y el sistema educativo. A través de Whitman, los estudiantes son motivados a considerar su lugar en el vasto “juego de la vida” y a expresar sus voces únicas en lugar de conformarse a las normas preestablecidas.
Una escena significativa de esta dinámica en Dead Poets Society incluyen la escena en la que los estudiantes arrancan las introducciones de sus libros de poesía, como un acto simbólico de rechazo a los enfoques estructurados y mecánicos de análisis literario. Además, el personaje de Neil Perry, inspirado por la poesía, encuentra el valor para explorar su pasión por el teatro, desafiando las expectativas estrictas de su padre. Aunque su historia termina trágicamente, sirve como un ejemplo poderoso de cómo las ideas clásicas pueden inspirar la autoexploración, pero también cómo un entorno educativo rígido e ideológico puede sofocar la creatividad y la autenticidad.
En conjunto, tanto los argumentos de Bloom como el mensaje de Dead Poets Society subrayan la importancia de preservar una educación que fomente el pensamiento crítico, la creatividad y el diálogo con las grandes ideas del pasado, en lugar de sucumbir a la superficialidad y las restricciones impuestas por enfoques ideológicos o tecnocráticos.
Por otra parte, la transición hacia un modelo educativo influenciado por el wokeness ha puesto en jaque principios fundamentales como la libertad de expresión y la meritocracia. En universidades prestigiosas como Stanford, eventos recientes ilustran cómo la censura de opiniones contrarias se ha institucionalizado. Según Hanson, expresar puntos de vista que cuestionen narrativas predominantes, como el cambio climático o la intersección entre raza y clase, puede resultar en sanciones sociales o profesionales.
La meritocracia, como motor del progreso social, también ha sido atacada. Políticas de admisión que priorizan la diversidad racial o de género sobre la competencia académica ejemplifican este fenómeno. Desde una consideración sociológica, esto refuerza divisiones tribales en lugar de promover un sentido colectivo de logro y responsabilidad compartida.
El impacto en los estudiantes es significativo: según estudios en psicología educativa, la censura y la falta de competencia basada en el mérito generan apatía, desmotivación y un enfoque superficial en el aprendizaje. Ejemplos literarios como Fahrenheit 451 de Ray Bradbury exploran las consecuencias de sociedades que restringen la libre circulación de ideas, advirtiendo contra el autoritarismo ideológico.
La revisión histórica es un componente central del wokeness, con movimientos que buscan reinterpretar el pasado bajo estándares morales contemporáneos. En Estados Unidos, esto se manifiesta en la eliminación de monumentos y la reconfiguración de currículos escolares. Sin embargo, como argumenta Hanson, estas prácticas son selectivas y a menudo ignoran la complejidad de figuras históricas. Un ejemplo notable es la controversia en torno a Junípero Serra en California. Serra, un misionero español del siglo XVIII, jugó un papel clave en la fundación de las misiones californianas y, por extensión, en la expansión de la cultura y economía de la región. Sin embargo, ha sido criticado por su asociación con la opresión de las poblaciones indígenas bajo el sistema misional. En respuesta, se han derribado estatuas de Serra, y algunas instituciones han eliminado su nombre de espacios públicos. A través de un prisma comparativo, países como Francia han adoptado enfoques distintos. En lugar de eliminar monumentos, optan por contextualizarlos mediante placas informativas, promoviendo el debate educativo. Esto refleja un compromiso ético con el pasado, sin desarraigar sus contribuciones culturales.
La literatura, como 1984 de George Orwell, proporciona un marco para comprender cómo la manipulación histórica puede ser utilizada como herramienta de control. Mientras tanto, el cine, como The Social Dilemma (2020), analiza cómo las plataformas digitales amplifican la polarización cultural y política, exacerbando conflictos sobre la memoria histórica.
El auge del wokeness ha provocado una crisis cultural y educativa, donde estudiantes universitarios son adoctrinados para adoptar ideologías en lugar de desarrollar habilidades críticas. Según Hanson, esto resulta en una generación “altamente opinativa pero profundamente ignorante”. Este fenómeno tiene implicaciones psicológicas, pues fomenta el conformismo y la incapacidad de enfrentar desafíos complejos.
En síntesis, la educación debe aspirar a formar ciudadanos informados y críticos, capaces de enfrentar los retos del presente sin sacrificar las lecciones del pasado. La arrogancia de la ignorancia no puede ser el legado que dejamos a las futuras generaciones. Solo a través de un equilibrio entre tradición e innovación podremos preservar la riqueza cultural y la cohesión social.
A continuación, para mitigar este declive, proponemos diez medidas:
- Reintroducir currículos basados en clásicos universales y pensamiento crítico: La educación debe recuperar las grandes obras literarias, filosóficas y científicas que han moldeado las civilizaciones. Currículos que incluyan textos de Homero, Shakespeare, Descartes y Darwin pueden formar el núcleo de un enfoque interdisciplinario que fomente el pensamiento crítico, la argumentación lógica y una comprensión profunda de las raíces culturales y científicas. Además, estos currículos deben adaptarse a contextos contemporáneos para conectar su relevancia histórica con los problemas actuales.
- Proteger la libertad de expresión académica mediante políticas institucionales claras: Las instituciones educativas deben establecer directrices que salvaguarden el derecho a expresar ideas diversas sin temor a represalias sociales o profesionales. Esto incluye la implantación de códigos de conducta académica que promuevan el respeto mutuo y la discusión abierta, junto con la capacitación de docentes y estudiantes para manejar debates controversiales con civilidad.
- Priorizar la meritocracia en admisiones y promociones: Es fundamental que los procesos de admisión y promoción en el ámbito académico se basen en el mérito individual, definido por logros y habilidades comprobables. Esto no solo fortalece la calidad educativa, sino que también asegura una distribución justa de oportunidades. Las políticas de admisión pueden equilibrarse con programas complementarios de apoyo para grupos históricamente marginados sin comprometer la excelencia.
- Establecer foros para el debate respetuoso de ideas contrarias: Las universidades y colegios deben promover eventos como mesas redondas, debates públicos y conferencias que permitan a estudiantes y docentes confrontar diferentes perspectivas en un entorno respetuoso. Estos espacios no solo enriquecen la experiencia educativa, sino que también desarrollan habilidades clave como la oratoria, la escucha activa y la resolución de conflictos.
- Crear programas que promuevan la alfabetización histórica y cultural: Es crucial establecer programas educativos que conecten a los estudiantes con su patrimonio cultural y la historia global, enfocándose en la interpretación crítica de eventos pasados. Esto puede incluir visitas a museos, análisis de fuentes primarias y el uso de tecnologías interactivas para explorar diferentes contextos históricos de manera inmersiva.
- Adoptar enfoques internacionales de contextualización en lugar de eliminación histórica: En lugar de borrar monumentos, renombrar lugares o eliminar textos clásicos, las instituciones deben optar por estrategias que expliquen y contextualicen estas figuras o eventos históricos. Por ejemplo, la colocación de placas informativas en monumentos o la integración de unidades críticas sobre controversias históricas en los currículos puede fomentar el aprendizaje crítico y evitar el borrado cultural.
- Reducir la influencia de comités ideológicos en currículos y contrataciones: Es esencial que las decisiones curriculares y de contratación académica se basen en criterios de experiencia, conocimiento y capacidades, en lugar de ideologías políticas o sociales. Esto se logra mediante la creación de comités diversificados y transparentes que representen una variedad de perspectivas y enfoques disciplinarios.
- Fomentar habilidades prácticas y filosóficas en estudiantes universitarios: Los programas educativos deben equilibrar la enseñanza de habilidades prácticas, como el análisis de datos o la escritura profesional, con disciplinas filosóficas que promuevan el pensamiento profundo. Este enfoque dual prepara a los estudiantes para abordar problemas complejos tanto en su vida personal como profesional.
- Invertir en educación inclusiva basada en tecnología como herramienta de acceso, no censura: La tecnología debe ser una herramienta para democratizar el acceso al conocimiento, no para controlar o limitar lo que los estudiantes pueden aprender. Esto incluye proporcionar plataformas de aprendizaje accesibles, garantizar la neutralidad de los recursos digitales y formar a los estudiantes en el uso crítico de estas herramientas.
- Promover alianzas entre disciplinas humanísticas y científicas para abordar problemas contemporáneos: La integración de enfoques humanísticos y científicos es clave para resolver problemas actuales, desde el cambio climático hasta la inteligencia artificial. Las instituciones deben fomentar proyectos interdisciplinarios, como cursos conjuntos y centros de investigación, que unan el rigor analítico de las ciencias con la perspectiva ética y cultural de las humanidades.
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