¿Quién eres?

La pregunta “¿Quién eres?” se convierte en un desafío filosófico y existencial que va más allá de las respuestas superficiales y profesionales que comúnmente se ofrecen. Las respuestas típicas, tales como “Soy abogado” o “Soy médico”, reflejan un enfoque limitado, centrado en el “hacer” en lugar del “ser”. Este editorial abordaré el concepto del Ser desde las perspectivas filosófica, psicológica, social y cultural, explorando la esencia del ser, el alma, el ente, y el significado más profundo del ser humano. Además, abordaré el impacto que tiene en los ciudadanos la desconexión con su verdadera identidad y cómo el movimiento WOKE, con su énfasis en la autopercepción y los pronombres, desafía las concepciones tradicionales de la identidad.

El ser, en su esencia, es un concepto ontológico que se refiere a la existencia misma, a lo que subyace en la realidad de cada individuo. Desde la óptica filosófica, el ser es el fundamento sobre el cual se construye la identidad. Platón, en su teoría de las Ideas, argumenta que el ser verdadero reside en el mundo de las Ideas, donde lo esencial y eterno prevalece sobre lo mundano y temporal. Esta idea se refleja en su distinción entre el cuerpo físico y el alma inmortal, donde el alma representa la verdadera esencia del ser.

Por otra parte, Heidegger, en su obra “Ser y Tiempo”, redefine el ser como “Dasein”, que significa “ser-en-el-mundo”. Para el pensador y filósofo aslemán, el ser no es una entidad estática, sino un proceso dinámico que se realiza a través de la existencia consciente. El “ser” se convierte en un proyecto, algo que debe ser comprendido y vivido auténticamente en relación con el mundo circundante. En este sentido, el ser no es simplemente lo que hacemos, sino lo que somos en nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos. 

En cambio, el alma ha sido considerada desde la antigüedad como la chispa divina que confiere vida y sentido al ser humano. Para Aristóteles, el alma es la forma del cuerpo, la esencia que define la naturaleza del ser vivo. No es un ente separado del cuerpo, sino la manifestación de la vida en el cuerpo. En el pensamiento cristiano, especialmente en las obras de Santo Tomás de Aquino, el alma es inmortal y es la parte del ser que se conecta con lo divino, trascendiendo la existencia terrenal.

El “ente”, por otro lado, es un término utilizado por Heidegger para referirse a las entidades en el mundo, incluyendo al ser humano. Sin embargo, a diferencia del ser, que es la condición de posibilidad de todas las cosas, el ente es lo que se muestra, lo que existe. En la relación entre el ser y el ente, se plantea una tensión fundamental: el ser es aquello que da sentido, mientras que el ente es lo que se presenta en la experiencia cotidiana. 

Según la tradición filosófica griega hasta el pensamiento moderno, la pregunta por el ser ha sido central en la búsqueda de la verdad. Para Sócrates, la famosa máxima “Conócete a ti mismo” no solo era un llamado a la autoexploración, sino también una invitación a descubrir el ser esencial que subyace a todas las apariencias. En la tradición existencialista, Jean-Paul Sartre argumenta que “la existencia precede a la esencia”, sugiriendo que el ser humano primero existe y luego, a través de sus elecciones, define su esencia.

En la Grecia clásica, los conceptos de ser y alma estaban profundamente entrelazados con las nociones de virtud y propósito, reflejando una visión del individuo como un ser en constante búsqueda de su esencia auténtica. En las tragedias griegas, este conflicto se encarna en figuras como Edipo, quien, a lo largo de la obra de Sófocles, descubre que su identidad no es simplemente lo que él pensaba, sino que está inexorablemente influenciada por fuerzas divinas y fatales que escapan a su control. Edipo, al enfrentarse al terrible descubrimiento de su verdadera naturaleza y destino, revela la tragedia inherente al ser humano: la lucha por definir su identidad frente a un destino predeterminado. Este conflicto no solo refleja la visión clásica del ser como algo moldeado por el destino y la virtud, sino que también resuena en la lucha contemporánea por encontrar una identidad auténtica en un mundo donde las etiquetas sociales, como las ocupaciones o las apariencias externas, a menudo oscurecen la verdadera esencia de la persona. Este paralelismo destaca la continuidad de la cuestión ontológica a través de los siglos: la eterna búsqueda de lo que realmente significa “ser”. 

La psicología moderna aborda la identidad como un constructo multidimensional que se desarrolla a lo largo de la vida. Erik Erikson, en su teoría del desarrollo psicosocial, destaca la crisis de identidad como una etapa crucial donde el individuo debe integrar sus experiencias para formar una identidad coherente. Sin embargo, cuando los individuos se identifican únicamente con sus roles profesionales o sociales, pueden experimentar una “difusión de identidad”, lo que lleva a una sensación de vacío y falta de propósito.

Carl Jung introdujo el concepto de «individuación«, un proceso mediante el cual el individuo se convierte en lo que verdaderamente es, integrando aspectos conscientes e inconscientes de su personalidad. Este proceso es esencial para responder adecuadamente a la pregunta “¿Quién eres?”, ya que implica una reconciliación entre el ser interno y las demandas externas. 

La identidad también es un producto de las interacciones sociales y las expectativas culturales. George Herbert Mead, en su obra “Mind, Self, and Society”, propone que el “yo” se forma a través de la socialización, donde el individuo adopta los roles y normas de la sociedad. Sin embargo, en la sociedad contemporánea, marcada por la globalización y la tecnología, la identidad se fragmenta y se convierte en un reflejo de las influencias externas, en lugar de una expresión auténtica del ser.

El movimiento WOKE, con su enfoque en la autopercepción y el uso de pronombres que reflejan la identidad de género autoidentificada, ha cobrado relevancia en las últimas décadas como una fuerza social que busca promover la inclusión y el reconocimiento de la diversidad de experiencias humanas. Este movimiento ha sido fundamental para visibilizar a grupos históricamente marginalizados y ha empoderado a muchas personas para expresar sus identidades de manera más auténtica y personal. Sin embargo, también ha suscitado un debate significativo sobre los límites y consecuencias de priorizar la subjetividad por encima de la realidad objetiva y científica.

Uno de los principales desafíos que este enfoque presenta es la posibilidad de erosionar los fundamentos de la realidad compartida, que se basan en criterios objetivos y científicos. La ciencia y la objetividad han sido pilares en la comprensión de la naturaleza humana y el mundo que nos rodea, proporcionando un marco común a través del cual podemos interpretar y comunicarnos sobre la realidad. Cuando se prioriza la subjetividad, particularmente en cuestiones de identidad, se corre el riesgo de que las percepciones individuales comiencen a sustituir hechos comprobables y consensuados. Esto puede llevar a una fragmentación de la realidad compartida, donde cada persona o grupo puede operar bajo su propia versión de lo que es “real”, lo que a su vez complica la construcción de una sociedad coherente y funcional.

Además, el énfasis en la autopercepción puede generar una desconexión entre el ser verdadero y la identidad asumida. La identidad, según las tradiciones filosóficas y psicológicas, es una construcción compleja que involucra no solo cómo nos percibimos a nosotros mismos, sino también cómo interactuamos con la realidad objetiva y cómo somos percibidos por los demás. Al centrar excesivamente la identidad en la subjetividad, se corre el riesgo de crear identidades que están desconectadas de la realidad biológica, social y psicológica que también conforma quiénes somos. Esto puede llevar a lo que algunos filósofos y psicólogos llaman una “crisis de autenticidad”, donde las personas se sienten alienadas de su verdadera naturaleza o experimentan un conflicto interno al tratar de alinear su autopercepción con una realidad que no la respalda completamente.

Por ejemplo, en el ámbito de la biología, el sexo es una característica objetiva que tiene implicaciones significativas para la salud y el bienestar. Mientras que la identidad de género es ciertamente una experiencia subjetiva importante, ignorar la realidad biológica en favor de una identidad basada únicamente en la autopercepción puede tener consecuencias en áreas como la medicina y la salud pública. Si la subjetividad es elevada por encima de la biología, se podría llegar a desestimar factores médicos críticos que son específicos del sexo biológico, lo que podría resultar perjudicial en la provisión de atención médica adecuada.

Desde la lente social, el movimiento WOKE ha tenido éxito en fomentar una mayor aceptación de diversas identidades de género, lo cual es un avance significativo. Sin embargo, el hecho de que se aliente a las instituciones, como las escuelas y los lugares de trabajo, a adoptar políticas basadas en la autopercepción individual sin un marco objetivo claro, puede llevar a tensiones y malentendidos. Las leyes y normas sociales que se basan en percepciones subjetivas en lugar de en hechos objetivos pueden volverse difíciles de aplicar de manera consistente, lo que podría crear divisiones sociales en lugar de cohesión.

Es importante subrayar que el impacto cultural de este énfasis en la subjetividad puede contribuir a una fragmentación de la identidad colectiva, donde las personas se identifican más con sus experiencias subjetivas que con una realidad compartida. Esto puede dificultar el diálogo y la cooperación entre grupos con diferentes perspectivas, ya que cada uno puede estar operando desde un conjunto diferente de “verdades” percibidas. En lugar de una sociedad donde las diferencias se reconocen y respetan dentro de un marco común de realidad, corremos el riesgo de crear un entorno donde la verdad se fragmenta y se convierte en un campo de batalla de percepciones subjetivas, lo que puede llevar a un aumento de la polarización y la incomprensión.

Culturalmente, la identidad ha sido moldeada por las narrativas que cada sociedad promueve. En la Roma antigua, la identidad estaba estrechamente ligada a la “virtus”, un concepto que implicaba coraje, honor y un compromiso con el bien común. Los romanos se definían no solo por sus acciones, sino por su carácter y contribución a la sociedad. Esta visión contrasta con la moderna identificación con el éxito personal y la carrera profesional.

En la literatura contemporánea, la novela “1984” de George Orwell ofrece una visión inquietante de cómo un estado totalitario puede destruir la identidad individual, reduciendo al ser humano a una mera extensión del poder y control del partido gobernante. La trama sigue a Winston Smith, un hombre atrapado en una sociedad donde el Partido, encabezado por el omnipresente Gran Hermano, manipula y distorsiona la realidad para mantener su poder absoluto. A lo largo de la novela, Winston lucha por preservar su sentido de individualidad y verdad en un mundo donde incluso sus pensamientos son vigilados y controlados. La psicología del personaje de Winston es profundamente compleja; su desesperación, paranoia y anhelo de libertad subrayan la brutalidad de un sistema que aniquila cualquier rastro de identidad personal. Su eventual capitulación y traición a sus propios ideales, bajo la tortura y el lavado de cerebro en la temida Habitación 101, ilustran la total obliteración de su ser, demostrando cómo el poder totalitario puede despojar al individuo de su esencia más íntima, reduciéndolo a un mero engranaje dentro de la maquinaria estatal.

De manera similar, en el cine, “The Matrix” (1999), dirigida por los Wachowski, plantea profundas cuestiones filosóficas sobre la naturaleza de la realidad y la identidad. La trama sigue a Neo, un programador informático que descubre que la realidad que conoce es en verdad una simulación creada por máquinas para mantener a la humanidad en un estado de esclavitud. Los personajes principales, como Neo, Morpheus y Trinity, enfrentan dilemas existenciales a medida que desentrañan la verdadera naturaleza de su existencia y luchan por liberar sus mentes del control impuesto por la Matrix. La película profundiza en los aspectos psicológicos de los personajes, explorando sus miedos, dudas y la angustia que surge al cuestionar la realidad misma. Neo, en particular, encarna el viaje del héroe clásico, pero en un contexto futurista, donde su lucha por descubrir quién es realmente se convierte en una búsqueda metafísica. Su elección de tomar la píldora roja, que simboliza el rechazo de las ilusiones impuestas, lo lleva a un proceso doloroso de autodescubrimiento, donde la identidad se revela no como algo dado, sino como una construcción que debe ser constantemente cuestionada y redefinida. Esta narrativa sugiere que lo que creemos ser puede ser una construcción artificial, impuesta por fuerzas externas, y que la verdadera libertad radica en la capacidad de ver más allá de estas imposiciones para descubrir la auténtica naturaleza del ser.

Ambas obras, “1984” y “The Matrix”, aunque muy diferentes en su enfoque y género, comparten un interés común en la lucha por la identidad en un contexto de control y manipulación. Mientras que Orwell nos muestra un mundo donde la identidad es sistemáticamente destruida por la represión totalitaria, los Wachowski nos presentan una realidad donde la identidad es algo que debe ser recuperado y liberado de las cadenas de una falsa realidad. En ambos casos, los personajes centrales se enfrentan a una lucha interna y externa que desafía sus percepciones de sí mismos y del mundo que los rodea, obligándolos a confrontar las fuerzas que buscan dominar y definir su ser.

Por otro lado, el hecho de que los hermanos Wachowski, creadores de The Matrix, hayan pasado por transiciones de género después del lanzamiento de la película, agrega una dimensión personal y compleja a una narrativa ya rica en temas de identidad y realidad. Sin embargo, si bien su transición subraya la importancia de la autoexploración y el descubrimiento personal, también ejemplifica los riesgos de priorizar la subjetividad por encima de la realidad objetiva y científica. La experiencia de los Wachowski, enmarcada en el contexto del movimiento WOKE, plantea preguntas cruciales sobre las implicaciones de redefinir la identidad basándose únicamente en la autopercepción, sin considerar adecuadamente los hechos biológicos y científicos.

Aunque su viaje personal resuena profundamente con los temas de The Matrix —la desconexión entre la realidad percibida y la realidad verdadera—, este enfoque también puede llevar a una distorsión de lo que significa realmente “ser”. La lucha por descubrir y abrazar una identidad genuina es vital, pero cuando la subjetividad se coloca por encima de la realidad objetiva, existe el peligro de que la identidad se convierta en una construcción inestable y potencialmente dañina, desconectada de las bases científicas y biológicas que tradicionalmente han ayudado a definir quiénes somos. Esta desconexión puede generar confusión no solo en el individuo, sino también en la sociedad en su conjunto, donde las normas y percepciones se vuelven fluidas y subjetivas, dificultando el establecimiento de un marco común de comprensión y convivencia.

En este sentido, el caso de las ahora hermanas Wachowski refleja tanto la riqueza como los posibles peligros de una narrativa centrada exclusivamente en la subjetividad. Si bien es fundamental reconocer y respetar las experiencias individuales, también es crucial mantener un equilibrio que no sacrifique la coherencia y estabilidad que proporcionan las realidades objetivas y científicas. De lo contrario, corremos el riesgo de fomentar una crisis de identidad colectiva, donde la autenticidad se ve comprometida por la falta de anclaje en una realidad compartida y verificable. 

En última instancia, para superar la crisis de identidad en la sociedad moderna, es crucial que los ciudadanos reconozcan que su identidad es mucho más profunda que su profesión o su rol social. A continuación, se propongo diez medidas amplias y detalladas para fomentar una comprensión más profunda de la identidad:

  1. Incorporación de la filosofía desde la primera infancia: Es fundamental integrar la enseñanza de la filosofía en el currículo escolar desde una edad temprana, no solo como una asignatura académica, sino como una herramienta para la reflexión crítica sobre el ser, la existencia y la identidad. Al abordar preguntas filosóficas fundamentales, como “¿Qué es el ser?” y “¿Quién soy?”, los estudiantes desarrollan una comprensión más profunda de sí mismos y del mundo que los rodea. Esta educación temprana en la filosofía no solo fomenta el pensamiento crítico, sino que también sienta las bases para una vida de autoconocimiento y autenticidad, resistiendo las tendencias de conformidad social y las imposiciones externas sobre la identidad.
  1. Fomento integral del autoconocimiento: Más allá de las prácticas tradicionales de autoexploración, como la meditación y la escritura reflexiva, es esencial desarrollar programas educativos y sociales que incluyan actividades de introspección guiada, terapia cognitiva conductual y talleres de autoimagen. Estas herramientas permiten a los individuos explorar las capas más profundas de su ser, identificar las influencias externas que han moldeado su identidad y tomar decisiones conscientes para vivir en mayor coherencia con su verdadera naturaleza. La profundización en el autoconocimiento fomenta una resistencia natural a las narrativas simplistas o impuestas sobre lo que significa ser auténtico.
  1. Diálogo intergeneracional como pilar de identidad: Crear y mantener espacios regulares de diálogo entre generaciones es clave para la transmisión de experiencias y sabiduría acumulada. Estos espacios deben estructurarse de manera que no solo se compartan historias de vida, sino también reflexiones filosóficas y morales sobre el propósito de la vida y la identidad. Este intercambio no solo enriquece la comprensión individual de la identidad, sino que también fortalece el tejido social, al conectar a las personas a través de valores y experiencias compartidas, a menudo perdidos en un mundo digitalizado y fragmentado.
  1. Cultura de autenticidad como respuesta a las presiones sociales: En lugar de simplemente alentar a las personas a ser auténticas, se debe desarrollar una cultura que celebre la autenticidad como un valor central. Esto implica desafiar las narrativas sociales que imponen roles y expectativas rígidas, y promover un entorno donde se valore la honestidad personal y la coherencia interna. Iniciativas como la creación de foros abiertos de discusión, campañas mediáticas que resalten historias de vida auténticas, y la inclusión de la autenticidad como un tema central en la educación, pueden ayudar a contrarrestar la presión social que frecuentemente empuja a las personas hacia identidades superficiales y conformistas.
  1. Desarrollo avanzado de la inteligencia emocional: La inteligencia emocional debe ser vista no solo como una habilidad interpersonal, sino como una herramienta para la comprensión y gestión de la identidad. Los programas educativos deben incluir prácticas avanzadas de autoconciencia emocional, regulación emocional y empatía profunda, que ayuden a las personas a navegar la compleja relación entre sus emociones y su sentido del ser. Este enfoque fortalece la capacidad de los individuos para resistir identidades impuestas y para tomar decisiones más alineadas con su verdadero ser, incluso en situaciones de presión social o emocional.
  1. Fortalecimiento profundo de la comunidad y del sentido de pertenencia: Las actividades comunitarias deben ir más allá de la participación superficial, buscando construir una comunidad donde cada individuo pueda explorar y expresar su identidad en un entorno de apoyo mutuo. Esto incluye la creación de programas comunitarios que promuevan el diálogo sobre la identidad y el ser, y que ofrezcan espacios seguros para la exploración personal y colectiva. Una comunidad fuerte y cohesionada proporciona el respaldo necesario para que los individuos desarrollen una identidad auténtica, resistiendo las tendencias aislacionistas y la fragmentación social.
  1. Valorización crítica y creativa de la diversidad cultural: En lugar de una simple celebración superficial de la diversidad, es esencial fomentar una comprensión crítica de las diversas culturas y cómo estas contribuyen a las múltiples formas de ser en el mundo. Esto puede lograrse a través de programas educativos que incluyan estudios culturales profundos, intercambio cultural internacional, y un enfoque en la interculturalidad que no solo aprecie, sino que también cuestione y reflexione sobre las implicaciones de estas diferencias en la formación de la identidad individual y colectiva. Este enfoque ayuda a resistir la homogenización cultural y a valorar la pluralidad de formas de vida y de ser.
  1. Políticas de bienestar mental como fundamento de la identidad: El bienestar mental debe ser tratado como un aspecto central y no accesorio en la formación de la identidad. Las políticas públicas deben incluir acceso a servicios de salud mental de calidad, con un enfoque en la terapia orientada a la identidad y la prevención del estrés y la ansiedad relacionados con la presión social para conformarse a identidades impuestas. Esto también implica la creación de campañas de sensibilización que promuevan la importancia del bienestar mental en la vida diaria, reconociendo que una identidad saludable y auténtica se construye sobre una base de salud mental robusta.
  1. Estimulación de la creatividad como expresión auténtica del Ser: Más allá de la promoción de actividades creativas, es fundamental integrar la creatividad en todos los aspectos de la vida diaria como una forma de autoexpresión y exploración de la identidad. Esto puede incluir desde programas de arte y música en la educación básica hasta la promoción de la innovación en el entorno laboral y comunitario. La creatividad, cuando se cultiva de manera consciente, permite a los individuos explorar diferentes aspectos de su identidad y expresarlos de maneras que son únicas y profundamente personales, resistiendo la tendencia a la uniformidad y a la conformidad.
  1. Revisión crítica y reflexiva del movimiento WOKE: Es vital fomentar un debate equilibrado sobre el movimiento WOKE que, sin dejar de reconocer sus logros en términos de inclusión y justicia social, también examine críticamente sus implicaciones para la comprensión objetiva de la identidad. Este debate debe incluir voces de diversas disciplinas —filosofía, ciencia, sociología, psicología— y debe enfocarse en el impacto que el énfasis en la subjetividad puede tener sobre la cohesión social, la estabilidad psicológica y la integridad científica. Un enfoque equilibrado y reflexivo permite avanzar hacia una sociedad más justa sin sacrificar la coherencia y la claridad necesarias para un entendimiento compartido y objetivo de lo que significa ser humano.

Referencias: 

Aristóteles. (1998) <<Ética a Nicómaco>>. Ediciones Akal.

Butler, J. (2004) <<Undoing Gender>>. Routledge.

Cicero, M. T. (1991) <<On Duties>>. Cambridge University Press.

Erikson, E. H. (1997) <<The Life Cycle Completed>>. W. W. Norton & Company.

Heidegger, M. (2006) <<Ser y tiempo>>. Trotta.

Jung, C. G. (1989) <<The Archetypes and the Collective Unconscious>>. Princeton University Press.

Mead, G. H. (1934) <<Mind, Self, and Society>>. University of Chicago Press.

Orwell, G. (2008) <<1984>>. Penguin Books.

Platón. (1992) <<La República>>. Gredos.

Sartre, J.-P. (2007) <<El ser y la nada>>. Losada.

Sófocles. (2006) <<Edipo Rey>>. Cátedra.

Sócrates. (2001) <<Apología de Sócrates>>. Alianza Editorial.

Tomás de Aquino. (2016) <<Summa Theologica>>. Biblioteca de Autores Cristianos.

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