Antes de analizar la ceremonia de apertura de las Olimpiadas, es crucial entender el significado de los simbolismos y rituales. Estos elementos se utilizan para comunicar ideas complejas, crear identidad y cohesión social, estructurar el tiempo y el espacio, facilitar transiciones vitales y manejar la ansiedad e incertidumbre. En ciertas cosmovisiones, los símbolos no solo representan conceptos, sino que también impactan visual y vibracionalmente el entorno y las personas, estimulando el subconsciente, canalizando energía psíquica, emitiendo vibraciones armonizadoras y resonando con energías espirituales. Estas prácticas combinan funciones psicológicas, sociales y espirituales, aportando orden y significado a la vida.
Por este motivo, la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos en París 2024 estuvo cargada de simbolismos y rituales que, bajo una aparente celebración de la unidad y la paz, ocultaban significados más oscuros y controvertidos. La representación de la Última Cena con drag queens, por ejemplo, no solo retó las normas establecidas, sino que subvirtió deliberadamente un evento sagrado para provocar y confrontar creencias profundamente arraigadas. La inclusión de un caballo pálido evocó inquietantes referencias bíblicas al Apocalipsis, mientras que el uso del pavimento mosaico masónico y la presencia de elementos dionisíacos insinuaron una transgresión ritualística de las normas sociales y religiosas. Estos símbolos, cuidadosamente entrelazados en la narrativa de la ceremonia, sugirieron un subtexto perturbador que, aunque sutil, resonó con quienes reconocieron su significado oculto.
Los Juegos Olímpicos, con su origen en la antigua Grecia, se celebraron por primera vez en Olimpia en 776 a.C. en honor a Zeus, el dios supremo del panteón griego. Estos juegos, que se realizaban cada cuatro años, reunían a atletas de diversas ciudades-estado griegas no solo para competir en disciplinas deportivas, sino también para fomentar la paz y la unidad entre las ciudades griegas.
En su forma moderna, los Juegos Olímpicos fueron revividos en 1896 por el Barón Pierre de Coubertin con el objetivo de promover la paz y la comprensión internacional a través del deporte. Hoy en día, los Juegos Olímpicos se han convertido en un evento global que, en teoría, celebra el espíritu humano y la unidad mediante la competencia deportiva.
Sin embargo, en los últimos 50 años, las ceremonias de apertura de los Juegos Olímpicos han incluido simbolismos que pueden tener significados esotéricos y ocultos, diseñados para transmitir mensajes subyacentes no siempre evidentes para el espectador común. Estos símbolos pueden estar vinculados a antiguas tradiciones místicas, creencias espirituales o incluso teorías conspirativas sobre el poder global. El desconocimiento general sobre estos simbolismos puede hacer que la audiencia sea un testigo y cómplice pasivo de estos rituales, ya que la ignorancia no exime de responsabilidad.
Examinemos algunos de los simbolismos más notables:
Representación de la Última Cena: En la ceremonia de apertura de las Olimpiadas en París 2024, se ha generado controversia con la representación de la Última Cena protagonizada por drag queens. Este acto es una provocación directa a las creencias cristianas, transformando un evento sagrado en un espectáculo. La inversión de las posiciones tradicionales en la recreación de la Última Cena se percibe como una subversión, desafiando normas establecidas y sugiriendo una reinterpretación del orden tradicional. Para los cristianos serios, la Última Cena tiene un significado sacramental y redentor profundo, como se detalla en el Evangelio de Lucas 22:19-20:
“Y tomó pan, y dio gracias, y lo partió, y les dio, diciendo: Este es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. Asimismo, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama”.
Este acto es central para la liturgia cristiana, especialmente en la celebración de la misa, donde los creyentes participan en la comunión, recordando y renovando su fe en el sacrificio de Cristo.
El Caballo Pálido: La inclusión de un caballo pálido en la ceremonia puede interpretarse como una alusión a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis del libro de Revelaciones. El caballo pálido, asociado con la muerte y la destrucción, podría interpretarse como un presagio ominoso o una declaración sobre el estado actual de Francia y del mundo, conforme a Apocalipsis 6:8:
“Y miré, y he aquí un caballo pálido; y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y se les dio potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra”.
Suelo blanco y negro: El patrón de cuadros blancos y negros, muy significativo en la simbología masónica, se utiliza en los templos masónicos como el «pavimento mosaico». Este patrón simboliza la dualidad del hombre, la mezcla de luz y oscuridad, y la lucha entre el bien y el mal dentro de cada individuo. Eclesiastés 3:1-8, que menciona que todo tiene su tiempo y su opuesto, refleja esta dualidad y el equilibrio en la vida, que se ve representado en el suelo de ajedrez:
“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. […] tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; […] tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; […] tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz”.
El simbolismo de Dionisio: Dionisio, conocido como Baco en la mitología romana, es el dios del vino, la fertilidad, el éxtasis y el descontrol. Sus festivales, que incluían el consumo de vino y el teatro, representaban la liberación de las inhibiciones y la transgresión de normas sociales. Al introducir elementos dionisíacos en la representación de la Última Cena, se realiza una inversión deliberada de símbolos sagrados, contrastando con el sacrificio y la redención cristianos, y subrayando el desorden y la transgresión. Esta subversión del orden sagrado puede interpretarse como un intento de desafiar y desacralizar el evento cristiano venerado.
La cabeza cortada de María Antonieta: La inclusión de la cabeza cortada de María Antonieta en la ceremonia de apertura tiene un simbolismo profundo. María Antonieta, última reina de Francia antes de la Revolución Francesa, representa la monarquía y el Antiguo Régimen, así como la influencia del cristianismo en la política francesa. Su ejecución simbolizó el rechazo de la monarquía y de las instituciones eclesiásticas. En este contexto, la cabeza cortada es una metáfora del fin de la influencia histórica del cristianismo en la vida pública y política de Francia, representando un cambio cultural y religioso hacia un nuevo orden secular.
El simbolismo de la llama eterna: El encendido del pebetero olímpico es un acto con profundas raíces en prácticas rituales antiguas. En muchas culturas, el fuego sagrado simbolizaba la purificación y el renacimiento. En la ceremonia moderna, el fuego del pebetero olímpico, que arde durante toda la duración de los Juegos, simboliza no solo el inicio oficial del evento, sino también la transmisión de la “luz del espíritu olímpico” a nivel mundial. Este simbolismo tiene paralelismos en el cristianismo, donde en Levítico 6:13 se establece:
“El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará”.
Este pasaje del Antiguo Testamento destaca la llama perpetua en el altar de los sacrificios como símbolo de la presencia continua de Dios y la eternidad de su poder, reflejando así el simbolismo de la antorcha olímpica. Además, la leyenda de Prometeo, quien robó el fuego de los dioses para la humanidad, refuerza la asociación del fuego con el conocimiento y la civilización, valores que los Juegos Olímpicos buscan celebrar.
Repercusión sociocultural y religiosa en Francia
La ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos en Francia puede provocar una fuerte respuesta sociocultural. Francia, conocida por su laicidad y su rica herencia cristiana, puede ver la burla a la fe cristiana como una falta de respeto hacia sus creencias. Esto puede profundizar la polarización entre secularistas y religiosos, acentuando divisiones sociales.
Además, la utilización de iconografía cristiana en contextos considerados despectivos puede intensificar el sentimiento de persecución entre los cristianos y fomentar una mayor cohesión y activismo dentro de la comunidad religiosa en respuesta a lo que perciben como ataques a su fe.
No obstante, es importante destacar que, a pesar de la percepción en Occidente de una decadencia del cristianismo, esta sigue siendo la religión que más crece en el mundo, especialmente en regiones como Asia y África. En estas regiones, el crecimiento del cristianismo ha sido notable debido a altas tasas de natalidad, conversiones y el trabajo misionero. Según un informe del Pew Research Center, África y Asia son los continentes con el mayor crecimiento de la población cristiana. En África, la población cristiana creció de aproximadamente 7 millones en 1900 a más de 500 millones en la actualidad. Las proyecciones sugieren que para 2060, África será el hogar del 40% de los cristianos del mundo (Pew Research Center, 2015; Jenkins, 2011; Johnson & Zurlo, 2019).
Referencias:
Pew Research Center. (2015) <<The Future of World Religions: Population Growth Projections, 2010-2050>>. Recuperado de pewforum.org.
Jenkins, P. (2011) <<The Next Christendom: The Coming of Global Christianity>>. Oxford University Press.
Johnson, T. M., & Zurlo, G. A. (2019) <<World Christian Encyclopedia, 3rd Edition>>. Edinburgh University Press.
