El concepto de universidad tiene sus raíces en el mundo antiguo, donde se establecieron instituciones para cultivar la sabiduría, la virtud y una comprensión más profunda del mundo. La palabra “universidad” proviene del latín “universitas”, que significa una comunidad de maestros y estudiantes. Históricamente, las universidades estaban fundamentadas en la fe, fomentando un entorno en el que la búsqueda intelectual estaba entrelazada con el desarrollo espiritual y moral. Sin embargo, en tiempos contemporáneos, las universidades enfrentan una crisis de identidad. Han divergido cada vez más de su propósito fundamental de fomentar la sabiduría y la vida contemplativa, inclinándose en cambio hacia la secularización y las prioridades impulsadas por el mercado carente de valores donde prima la emoción sobre la razón. En esta reflexión me aproximaré hacia el papel que juegan las universidades en la actualidad que van desde las perspectivas educativa, política, psicológica, sociológica y cultural, analizando sus causas y los impactos en la sociedad.
Históricamente, las universidades se consideraban bastiones de aprendizaje superior, donde la búsqueda del conocimiento estaba intrínsecamente ligada al cultivo de la virtud y la sabiduría. Hoy en día, sin embargo, se han convertido en focos de agitación, refugios para una turba de manifestantes violentos que actúan en contracorriente del sentido común y la razón. Instituciones como las universidades medievales estaban profundamente arraigadas en las artes liberales y la piedad, con el objetivo de producir individuos completos capaces de contribuir tanto a los discursos intelectuales como morales. Sin embargo, las universidades modernas, representadas por figuras como Michael Roth de la Universidad de Wesleyan, enfatizan el individualismo y la adquisición de habilidades sobre la verdad universal y la formación moral. Este cambio reduce la educación a un proceso transaccional dirigido a la comercialización en lugar del desarrollo de sabiduría y desarrollo moral y espiritual.
Esta transformación es evidente en los cambios curriculares de las últimas décadas. Las humanidades, que una vez fueron centrales en la experiencia universitaria, han sufrido particularmente. Han sido reemplazadas por currículos impulsados por el mercado y la conformidad ideológica, con administraciones que priorizan los datos y la eficiencia sobre el compromiso educativo genuino. Este enfoque socava el papel tradicional de las universidades en fomentar el pensamiento crítico y la indagación independiente, esenciales para un verdadero funcionamiento democrático.
La politización de las universidades ha complicado aún más su misión. Las universidades se han convertido en escenarios para batallas políticas, donde la conformidad ideológica a menudo prevalece sobre la libertad académica y la diversidad intelectual. Este cambio es impulsado por varios factores, incluyendo políticas gubernamentales, mecanismos de financiación y presiones sociales. Por ejemplo, el énfasis en los campos STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) en detrimento de las humanidades se justifica a menudo por imperativos económicos y la competitividad nacional.
Además, las universidades se ven cada vez más como herramientas para la ingeniería social, donde la educación se adapta para producir resultados específicos alineados con las agendas políticas. Esta tendencia es evidente en la creciente influencia de los intereses corporativos en la gobernanza universitaria, lo que lleva a la comercialización de la educación y la erosión de su misión pública. Este enfoque no solo mina la independencia de las instituciones académicas, sino que también limita su potencial para servir como espacios para la reflexión crítica y la crítica social.
Desde una perspectiva psicológica, el entorno universitario moderno a menudo descuida el desarrollo holístico de los estudiantes. El enfoque en resultados medibles y la preparación para el empleo puede llevar a niveles altos de estrés y ansiedad entre los estudiantes, quienes se sienten presionados para desempeñarse en lugar de aprender por el amor al conocimiento y el crecimiento personal. El auge de las iniciativas de “desarrollo estudiantil” refleja un modelo minorista de educación, ofreciendo una miríada de comodidades sin abordar las necesidades más profundas de los estudiantes.
Además, el desapego de una vida contemplativa —donde el cultivo del alma es central— puede llevar a un sentido de falta de propósito y angustia existencial entre los estudiantes. El objetivo último de la educación debería ser cultivar una vida contemplativa, enseñando a los estudiantes a amar lo que es verdadero, bueno y bello. Cuando hablo de vida contemplativa me refiero a una existencia dedicada a la reflexión, la meditación y la búsqueda de la sabiduría. Este concepto se remonta a la filosofía griega, especialmente a Platón y Aristóteles, quienes valoraban la contemplación como el más alto de los logros humanos. Esto implica un compromiso profundo con la literatura, la filosofía y la teología, fomentando una visión ampliada de la vida y del yo.
Desde un enfoque sociológico, las universidades han servido tradicionalmente como microcosmos de la sociedad, reflejando y moldeando dinámicas sociales más amplias. Son espacios donde convergen ideas y perspectivas diversas, fomentando el diálogo y la comprensión mutua. Sin embargo, la creciente homogeneización del pensamiento dentro de las universidades debilita este papel, llevando a silos intelectuales y cámaras de eco.
El cambio hacia un modelo orientado al mercado también exacerba las desigualdades sociales, ya que el acceso a la educación superior se vuelve cada vez más contingente a los recursos económicos. Esta tendencia menosprecia el ideal democrático de la educación como un bien público, accesible para todos, independientemente de su origen socioeconómico. La estratificación dentro de la educación superior refleja y refuerza las desigualdades sociales más amplias, limitando la movilidad social y perpetuando ciclos de privilegio y desventaja.
En el marco cultural, las universidades han estado a la vanguardia de la preservación y transmisión de conocimientos, sabiduría y valores a través de las generaciones. Desempeñan un papel crucial en el fomento de un patrimonio cultural compartido y una identidad colectiva. Sin embargo, la erosión de las humanidades y el énfasis en la educación utilitaria amenazan este papel. La pérdida de compromiso con las grandes obras de literatura, filosofía y arte empobrece el tejido cultural de la sociedad, llevando a una capacidad disminuida para la reflexión crítica y la apreciación estética.
Además, el desapego de los fundamentos espirituales y morales subvierte la base ética de la educación. Históricamente, las universidades se consideraban custodios no solo de virtudes intelectuales sino también morales, guiando a los estudiantes hacia una vida de propósito e integridad. Hoy en día, algunas facultades son como franquicias de McDonalds. La secularización de la educación ha llevado a una desconexión de estas raíces, contribuyendo a un sentido de relativismo moral y ambigüedad ética.
Para abordar la crisis actual de manera efectiva, las universidades deben reafirmar su función en la formación espiritual y moral de los estudiantes, guiándolos hacia una vida contemplativa. Este proceso de renovación exige un compromiso profundo con la sabiduría de la tradición y el enriquecimiento del espíritu, garantizando que la educación cumpla con su propósito más noble. Actualmente, las universidades parecen haberse transformado en ensambladoras impersonales, donde se inyecta una gelatina de ideología «Woke» en las mentes de una generación cuya relevancia es cuestionable.
A continuación, comparto diez medidas para preservar los conocimientos y verdades adquiridas en la universidad:
- Reintegrar las humanidades: Restaurar la centralidad de las humanidades en el currículo para fomentar el pensamiento crítico y la alfabetización cultural.
- Promover el aprendizaje interdisciplinario: Fomentar colaboraciones interdisciplinarias para abordar desafíos sociales complejos.
- Enfatizar la educación moral y ética: Es crucial integrar la educación moral y ética en todas las disciplinas para fomentar la integridad y la responsabilidad social. La clase política actual sirve como un ejemplo alarmante de la urgente necesidad de este enfoque, evidenciando la prevalencia de individuos sin escrúpulos y con una capacidad funcional limitada. Una generación política de estólidos y corruptos.
- Fomentar la libertad académica: Proteger la libertad académica para asegurar una diversidad de perspectivas e ideas.
- Fomentar el acompañamiento académico: Establecer programas robustos de asesoramiento para guiar el desarrollo intelectual y personal de los estudiantes.
- Priorizar el bienestar estudiantil: Desarrollar sistemas de apoyo comprensivos para abordar las necesidades psicológicas y emocionales de los estudiantes.
- Involucrarse con la comunidad: Fortalecer los lazos con las comunidades locales para hacer la educación más relevante e impactante.
- Fomentar el aprendizaje continuo: Fomentar una cultura de aprendizaje a lo largo de la vida para adaptarse a las necesidades cambiantes de la sociedad.
- Mejorar la accesibilidad: Establecer medidas para asegurar un acceso equitativo a la educación superior para todos los grupos socioeconómicos.
- Cultivar una vida contemplativa: Fomentar entornos que animen a la reflexión, la contemplación y la búsqueda de la sabiduría.
En suma, las universidades deben trascender su enfoque utilitario actual y redescubrir su propósito fundamental de cultivar la sabiduría, la virtud y una vida contemplativa. Al hacerlo, pueden cumplir su papel como custodios del conocimiento y guardianes del espíritu humano, guiando a las futuras generaciones hacia una sociedad más justa, equitativa e iluminada.
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