La politización desmedida

La politización contemporánea ha acarreado una metamorfosis preocupante en la esfera política, relegando la noble vocación de servicio público al ostracismo en favor de una dinámica más propia de una facción tribal que de una gestión responsable del Estado.

Este fenómeno, ha convertido a los políticos en una suerte de pandilla urbana, donde la lealtad al partido o la camarilla prevalece sobre el interés público, relegando la ética y el sentido de Estado a un segundo plano. Esto sucede en todos los partidos políticos.

En este contexto, la ciudadanía se ve atrapada en un juego perverso donde la confianza en las instituciones se erosiona gradualmente. La percepción de que los líderes políticos están más preocupados por sus propios intereses que por el bienestar colectivo alimenta un profundo escepticismo que mina los cimientos de la democracia. La falta de un propósito común, sustituido por la lucha por el poder y los privilegios, engendra una desafección ciudadana que socava la legitimidad del sistema político en su conjunto.

Desde la óptica psicológica y sociológica, esta erosión del sentido de Estado y la politización desmedida contribuyen a la fragmentación social y al aumento de la polarización. La identificación partidista se convierte en un factor determinante en la construcción de la identidad individual, generando una dinámica de “nosotros contra ellos” que obstaculiza el diálogo y la búsqueda de soluciones consensuadas. Esto está diseñado para que el ciudadano no vea la verdadera agenda de quienes gobiernan.

Resulta irónico observar cómo aquellos que juraron velar por el bien común se sumergen en una vorágine de intereses particulares, convirtiendo la política en un juego de tronos donde la ciudadanía es la principal perjudicada. Esta deriva hacia la politiquería exacerbada no solo menoscaba la confianza en las instituciones democráticas, sino que también socava la cohesión social y amenaza con desdibujar los fundamentos de la convivencia democrática.

A mi juicio, la politización desmedida y la pérdida del sentido de Estado representan un desafío formidable para la salud de nuestras democracias. Es necesario promover una cultura política que privilegie el bienestar colectivo sobre los intereses partidistas, restaurando la confianza ciudadana en las instituciones y reafirmando el compromiso con los valores democráticos fundamentales. De lo contrario, corremos el riesgo de convertirnos en rehenes de una pandilla política que solo busca perpetuar su propio poder, en detrimento del bienestar de la sociedad en su conjunto.

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